Fey y El Castillo Encantado

"...dejame vivir este sueño... el mejor que he tenido..."



¡Qué lindo había resultado este viaje! Ella que no tenia amigos, ahora tenia un Mago que la guiaba, un Principito que le había enseñado a amar, un buen Vampiro que le enseño la importancia de arriesgarse por un sueño, un Elfo que le había enseñado a tener metas, un Ángel que la cuidaba y una Druida que le impartía su sabiduría.
De pronto apareció. El Castillo Encantado en todo su esplendor. Era enorme y brillante como las estrellas y estaba rodeado de flores con hermosas fragancias y praderas donde pastaban bellísimos pegasos. Mientras se acercaba, algo especial había en el aire… ¡Polvo de Hadas! Este lugar era realmente mágico.
Una vez frente a la puerta, esta se abrió, y, al entrar, Fey se rodeó de todos los colores del arco iris. En el interior era aún más maravilloso. Caminó por un pasillo de cristal y se encontró frente a un trono adornado de pequeñas flores turquesa. Y en él, Argay; la Reina de las Hadas.
Su mirada era dulce pero poderosa. Su larga y lacia cabellera dejaba entrever un rostro amable y complaciente. Enormes alas de los más brillantes colores remataban su imagen. Mágica… esa era la palabra exacta. Y de su cuello colgaba la dorada y mítica llave. Era real… no había sido solo un sueño.

- ¡bienvenida, Fey!- le dijo con mucha dulzura - ¿Cómo ha sido tu viaje? Terrible seguro. ¿Por qué no descansas un poco? Debes estar exhausta.- y comenzó a guiarla por el castillo.
- Pero… su Majestad… no quiero descansar. Vengo a buscar respuestas. Por favor, escúchame…- rogó Fey.
- Lo se – continuó la amable voz – pero mañana entenderás mejor todo-

Esa noche Fey descansó entre sabanas de pétalos de rosas. Cuando despertó, recordó todo. El sueño, el viaje, sus amigos… corrió al gran salón. Frente al trono solo encontró un cristal de obsidiana; el espejo de la verdad. Al reflejarse en el puedes verte tal cual eres, tu verdadera naturaleza.
Fey se acercó; el amuleto de la Druida le dio fuerzas. Entonces se vio. La triste hada sin alas, ¡rodeada de magia! Su cabello destellaba como el rojo del fuego, sus ojos eran azules como el mar más azul, y tras sus hombros, una estela de polvo mágico dibujaba las más espectaculares alas que cualquier hada pudiera tener. Unas alas de ensueño.
Argay, que la observaba desde el trono, le dijo:
-¿ya ves porque eres diferente a las demás hadas? La fuerza que te trajo a mi es la misma que esta en ti. No necesitas alas para la tarea que te he encomendado. Al crearte, te hice única. ¡Tú ya tienes la capacidad de volar! Eres un Hada de los Sueños y es allí donde se esconde tu magia-
-¿un hada de los sueños?- dijo Fey.
-Así es. Y tu magia consiste en las fuerzas de ser feliz. Por eso tuviste que vivir todo eso. En la búsqueda de tu felicidad, has ayudado a muchos a aprender a soñar. Y de ahora en más, ese será tu propósito.-

Fey sonrió… y una lágrima rodó por su mejilla. Se había encontrado a si misma… su sueño había sido cumplido… ¿y ahora? Era momento de vivir…